¿Te gusta escribir? ¡Entonces, ésta es tu oportunidad! No te lo pienses y participa en el Concurso de Relato Corto organizado con motivo del Mes del Libro bajo una temática muy peculiar: Los libros me salvaron la vida.

Tienes hasta el 17 de abril para presentar tu obra.

 

BASES

1.     Podrán participar en el certamen todos los escritores que lo deseen residentes en la Comunidad de Madrid, mayores de 16 años.

 

2.     Se presentará un sólo relato por persona en formato PDF, con la temática "Los libros me salvaron la vida", y con una extensión comprendida entre tres y cinco hojas en A4, formato aproximado de treinta líneas, por una sola cara y escrito a ordenador, letra Arial, tamaño 12. Es condición indispensable que sea original, inédito y no premiado en otros certámenes. "A través de este tema elegido se pretende resaltar la importancia de los libros en la vida del autor, como le han cambiado la vida y aportado luz en el camino".

 

3.     El plazo de presentación es entre el 5 y el 17 de abril, ambos inclusive. Solo participarán en la fase de concurso los cien (100) primeros relatos presentados.

 

4.     Se podrán presentar los relatos de la siguiente forma:

-  Presencialmente en la Biblioteca Municipal de Campo Real, situada en Carretera Villar del Olmo, 4, 28510 Campo Real (Madrid).

- En formato electrónico a través del siguiente correo electrónico:  Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo., especificando en el asunto: "Certamen relato corto 2024".

 

5.     Los trabajos, perfectamente legibles, irán sin firmar. En la portada solo se escribirá el título del relato. Se adjuntarán tres archivos:

-el primero contendrá el relato y título de la obra;

-el segundo documento contendrá el título del relato, los datos personales del participante, teléfono y email;

-el tercer archivo será una copia del D.N.I, Pasaporte o NIE.

 

6.     Se establece el siguiente PREMIO para el relato ganador:

-UN VALE REGALO POR VALOR DE 40€ donado por la librería “+QUELIBROS”, para consumir en su establecimiento

-UN LOTE de productos típicos de nuestro municipio, a cargo del Ayuntamiento de Campo Real.

 

7.     El fallo del JURADO cuya decisión será inapelable se hará público el día 21 de abril (domingo) del 2024 a las 12.30H.

Dicho jurado estará formado por:

-D. Máximo González León,

-D. Ángel Moreno García 

-Dña. Ana María Orgaz Poza.

Para ello, las personas que lo conforman entregarán la VALORACIÓN de los RELATOS, en base a unos criterios objetivos establecidos a las 11.00h.del mismo día, al Concejal de Cultura para que pueda ponerse en contacto con la persona ganadora, por los medios que nos haya facilitado.

Dicho premio se entregará en Plaza Mayor de Campo Real, siendo indispensable la presencia del ganador/a. La no comparecencia sin causa justificada significará la renuncia al premio.

 

8.     El Ayuntamiento de Campo Real se reserva el derecho de publicar alguna de las obras presentadas en sus redes sociales. En ningún caso se devolverán los originales presentados a este certamen.

 

El hecho de participar significa el aceptar las presentes bases.

 

RELATO GANADOR

'La vida era morir', por José Miguel Cantarero Blanco

 

No sabía qué hora era, y tampoco podía saberlo. Eran los días más oscuros del año y la poca claridad que había se difuminaba entre las nubes, la lluvia y las cortinas.

Hacía tiempo que había decidido dejar de luchar, de esforzarme por abrir los ojos. Supongo que era un recurso que usaba para no ver aquellas caras de despedida, aquellas lágrimas surcando las agrietadas mejillas de quienes venían a verme.

Sin embargo, no era capaz de irme, de marcharme. Algo me atrapaba.

La gente preguntaba si escuchaba, si oía, si me enteraba de algo. Mi mujer, esa compañera de remo que me había acompañado los últimos cincuenta años de mi vida, contestaba que no; que la cantidad de morfina que tenía para soportar el dolor era tan grande que me lo impedía. Pero, asombrosamente, era consciente de todo.

Ninguna de las personas que pasaba cada día a “visitarme” aportaba algo de positividad ¿Extraño? – No. Yo quería irme feliz, contento, en paz con la paz. Sin embargo, todo eran tristezas y penas y llantos escondidos. Resulta extraño, quizás incongruente, pero me estaba muriendo y quería hacer ese famoso tránsito del que ya hablaban hace siglos nuestros antepasados con la mejor disposición y, si se puede decir, con la mejor actitud. Pero no me lo permitían. No me lo permitía. Nadie podía imaginarse que lo escuchaba todo. Cuando me fuese, iba a llevarme de forma consciente todas y cada una de las últimas palabras que me habían dicho y eso no dejaba de tener su morbo: Los había que se acercaban y me abrazaban; otros, me recordaban alguna aventura escolar; los compañeros de trabajo, aquellas veces en las que me enfadaba y terminábamos a empujones que luego solucionábamos con un café mañanero; algunos sólo podían llorar, que no era poco. De cualquier manera y forma la gente iba a decirme adiós y lo que estaba consiguiendo era lo contrario, me lo estaban impidiendo.

Aquella tarde discurría cómo cualquier otra. Alguien se acercó y cerró la puerta. Oía sus pasos acercarse, otro más, pensé. Los dos solos. ¿Quién podría ser? Se sentó y no dijo nada. Unas palabras diferentes a las del resto empezaron a llegar a mis oídos:

“Un guerrero de la luz nunca olvida la gratitud” - ¡estaba leyendo!

No podía creerlo. “Manual del Guerrero de la luz” de Paulo Coelho. Abrí los ojos, me miró y siguió con la lectura:

“Durante la lucha fue ayudado por los ángeles; las fuerzas celestiales colocaron cada cosa en su lugar…”

Mientras le permitieron estar a solas conmigo le miré y escuché con suma atención. Volvía a vivir. Pero me estaba muriendo.

La puerta se abrió. Cerró el libro y se marchó. Yo cerré los ojos y seguí fingiendo.

Continuó el teatro de todos los días: Llantos, visitas, incomprensibles mensajes de despedida. Pero había empezado a sentir y notar cierto alivio. Una sensación de ligereza que hasta ese día no tenía.

Pasaron un par de días hasta que la puerta, que siempre estaba abierta, volvía a cerrarse:

“El guerrero de la luz a veces lucha con quien ama. El hombre que preserva a sus amigos jamás es dominado por las tempestades de la existencia”

Abrí los ojos. Observé. Mientras, un esbozo de sonrisa se atisbaba en la comisura de mis labios. Esa tarde nuestro momento fue mayor. Las páginas pasaban y pasaban y pasaban y ese sonido y el relato escuchado iba haciéndome sentir mejor. Más ligero. Llamaron a la puerta y alguien entró. El relato se detuvo. Y los pasos, sus pasos, se perdieron en el alborotado silencio de cada tarde.

Los días se sucedían y, aleatoriamente, mi lector aparecía, como salido de la nada. Cerraba tras de sí y yo empezaba a vivir.

“…El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas profundas en la parte posterior de su cuello. Las pardas manchas del benigno cáncer…”

Hemingway llegaba a mis oídos.

Los párrafos pasaban y yo estaba en aquel bote luchando contra aquel gran pez. Quería derrotarlo. Tenía que demostrar que era más fuerte que él. Olía a mar. Los labios me sabían a sal.

La puerta volvía a abrirse. Mi lector enmudeció y sus pasos se perdieron entre el ruido de cada tarde.

Nuevamente. Una tarde cualquiera.

“Recogieron el aparejo del bote. El viejo se echó el mástil al hombro y el muchacho cargo la caja de madera de los enrollados sedales…”

Entonces empecé a recordar la primera vez que fuimos a la playa, juntos, en familia. La lectura y los recuerdos compartían espacio en mi memoria.

“El tiburón se aproximó muy rápido a la popa y al atacar al pez, el viejo vio su boca abierta, sus ojos extraños y el chasquido de sus dientes al morder la carne justo sobre la cola."

¡Qué metáfora! El mar. El cielo. El pez. La muerte. El tiburón. La vida.

Los párrafos pasaban y yo estaba en aquel bote luchando contra aquel gran pez. Quería derrotarlo. Tenía que demostrar que era más fuerte que él. Tenía que demostrar que era más fuerte que lo que me aferraba a la vida, como el pez se quería soltar del anzuelo del viejo yo quería hacerlo de la vida, pero no podía.

Cada vez entraba más luz durante más tiempo. Nos acercábamos, o ya era primavera.

A medida que la presencia de mi lector era más asidua, el tiempo de lectura, en absoluto recogimiento él y yo, se iba ampliando. Nunca escuché a nadie mencionar el motivo, pero, egoístamente hablando, me estaba aliviando. Lo que no conseguía la morfina lo conseguían los libros.

“… AMISTAD.

Nos entendemos bien. Yo lo dejo ir a su antojo, y él me lleva siempre adonde quiero.”

Así era nuestra relación, como Juan Ramón y Platero. Como Platero y Juan Ramón. El cielo, el suelo de Moguer, las huellas de Platero, la tinta del autor. Me sentía como aquel burrito que parecía de algodón corriendo por los campos de madreselvas.

“Romance de la pena negra

Las piquetas de los gallos cavan buscando la aurora, cuando por el monte oscuro baja Soledad Montoya.

Cobre amarillo, su carne, huele a caballo y a sombra.”

En esa oda de Lorca al pueblo gitano los gallos cavan buscando el alba, la luz. Yo no puedo cavar, pero, al igual que ellos, busco la luz. Busco la vida. Quiero morir y vivir en paz. Y lo estaba consiguiendo. Aquellos libros estaban liberándome de las cadenas que impedían marcharme.

Una de las niñas que andaba correteando por casa todas las tardes entró como un torbellino y vio mis ojos abiertos. Se quedó parada, petrificada.   Gritó. Y salió de la habitación sollozando. Mi mujer entró lo más rápido que le permitía la edad y, cómo si hubiese tenido un presentimiento, cerró la puerta tras ella. Continué con los ojos abiertos, esbozando una sonrisa. Me miró con la complicidad de muchas décadas juntos. Siguió leyendo.

“Carne de yugo, ha nacido más humillado que bello, con el cuello perseguido por el yugo para el cuello…”

Liviano me sentía.

Ojos abiertos, me despedía.

El niño yuntero de Miguel Hernández, los libros me habían salvado la vida.

 micarpetasalud

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